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La rebelión campesina ha conducido históricamente a cambios sustanciales en nuestras sociedades, ha sido verdaderamente revolucionaria. Al prepararnos para un mundo pos-pandemia, al no escucharla, estamos fallando en promover sistemas alimentarios mediambientalmente amigables y socialmente justos. Los liderazgos campesinos han sido una luz cultural para muchas comunidades del Sur Global y son vitales para el futuro de la humanidad, necesitamos su ayuda en la creación de una nueva y mejor ‘normalidad’.
Sin embargo, los poderes hegemónicos—colosales vestigios de colonialidad—quienes aún administran nuestros países han conseguido progresivamente desplazar, desarraigar y descampesinizar las pocas comunidades campesinas sobrevivientes. En Colombia, en particular, fuerzas oscuras no sólo han alterado sus costumbres, también han acaparado sus tierras y asesinado muchos campesinos para poder transformar la tierra, explotar sus aguas y minerales, y cambiar la vocación del suelo. Y como si esto fuera poco, el estado ha respondido al clamor campesino con ‘anti-campesinidad’ y persecución, como lo vemos hoy día.
Este texto es el resultado de conectar los puntos entre mi investigación doctoral y eventos recientes ocurridos en Colombia, para evidenciar como la criminalización de campesinos y la presentación de sus actividades como si fueran el delito de “rebelión,” es parte de una larga historia de políticas anti-campesinado que buscan lograr la descampesinización de los territorios.
En 1381 una rebelión inmensa y muy organizada llamada la “Revuelta de los Campesinos” llegó hasta las puertas de Londres, Inglaterra, liderada por Wat Tyler. Cuando pienso en el pliego de demandas de Tylor y sus camaradas—como por ejemplo leyes sensatas, justicia social, libertad e igualdad—no puedo evitarme la indulgencia de esbozar un pensamiento un poco contra-histórico: que quizás de haber sido exitosa, esta revuelta pudo haber sido una Revolución Francesa temprana. Después de todo, dichas demandas son hoy día valores centrales de nuestras democracias modernas. El saber del campesinado ha sido erradicado de Europa y subestimado por la sociedad moderna, asociado a conceptos como pobreza e ignorancia, al punto de degradar la palabra “peasant” (campesino en el inglés) a la bajeza con la que se entiende hoy. Ese saber campesino ha sobrevivido de alguna manera, sin embargo, en otras culturas, como en Latinoamérica y el Caribe, o en países como la India.
Los campesinos de la India se encuentran hoy en paro. Luego de años de colonialismo, reformas y contra-reformas agrarias, revolución verde, neocolonialismo y más, la propuesta actual de su legislación le apunta a institucionalizar una forma de subordinación llamada “agricultura por contrato”, que favorece a las grandes corporaciones multinacionales que ya dominan el mercado alimentario.[1] Y no solo exigen que se revise la propuesta de ley, sino también (como sus colegas en otras partes del mundo), que se les pague un precio justo por sus productos—a lo cuál tienen derecho, de por sí, según lo consagra la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Campesinos y de Otras Personas que Trabajan en las Zonas Rurales. Hoy cuando escribo estas líneas, 17 de diciembre de 2020, coincidencialmente se cumplen exactamente dos años de adoptada esta declaración. La forma en que las manifestaciones campesinas han venido siendo reprimidas por el gobierno indio, así como la forma en que la campesinidad ha sido maltratada en Latinoamérica, dan cuenta de cómo dicha declaración de derechos se ha quedado en el papel, y no ha sido asumida con seriedad en nuestros países.
En Latinoamérica, las campesinidades son complejas y diversas. Somos muy afortunados, pues compartimos con campesinos indígenas, afrocampesinos, o campesinos con “doble ancestro, de Don Quijote y Quimbaya”, como dice la canción.[2] Estas son apenas unas de las multiples identidades y culturas bajo la sombrilla de campesinidad en Colombia, y quienes al igual que sus contrapartes en la India, han sufrido procesos similares bajo políticas de desarrollismo, revolución verde, neo-colonialismo, mercado injusto, crisis climática, etc, y encima, de violencia. Por esta razón, Giuseppe Feola, sociólogo de la Universidad de Utrecht, y su equipo, desarrollaron un marco teórico especial para estudiar las vulnerabilidades del campesinado colombiano, al que llamaron “de múltiples exposiciones.” Hay tantos estresores combinados actuando sobre el campesinado colombiano, que su supervivencia y resiliencia son casi un milagro. A ellos hay que sumarle otra presión, aquello que las organizaciones locales han llamado “persecución judicial arbitraria”.[3]
Durante los últimos dos días, tres diferentes líderes campesinos provenientes de comunidades campesinas muy distintas del país, fueron arrestados en circunstancias confusas: Rober Daza de Nariño en los Andes del suroccidente, Teófilo Acuña de Barranco de Loba (Bolívar) en el Caribe, y Adelso Gallo del Meta en los llanos orientales.
Ha sido dicho hoy (17 de diciembre) que han sido acusados del delito político de “rebelión”. Según el Código Penal colombiano, esto significa que ellos presuntamente pretendieron “derrocar al Gobierno Nacional, o suprimir o modificar el régimen constitucional o legal vigente” y “mediante el uso de las armas”.[4] En un país en el que los perpetradores de la masacre de las bananeras en 1928 abrieron fuego hacia los trabajadores rurales que protestaban contra la United Fruit Company, o donde jóvenes inocentes fueron asesinados y pasados por guerrilleros para completar cuotas militares en 2008, esto ha levantado todas las alarmas de cada organización de Derechos Humanos operando en Colombia.[5]
El movimiento campesino en Colombia ha estado bien organizado desde tiempos de las llamadas “ligas campesinas” en la Costa Caribe a comienzos del siglo XX. Las luchas de estas ligas contra los terratenientes y las autoridades del estado, fueron representadas por Chalarka y el grupo La Rosca en una novela gráfica – que a su vez, sirvió de inspiración para las campesinidades de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC en los setentas. Este es uno de los ejemplos tempranos de investigación popular, en donde lideresas como Juana Julia Guzmán y Felicita Campos “la mujer campesina en lucha por la tierra” fueron exaltadas.[6]
En los setentas y ochentas, la nueva generación de líderes de la ANUC, como Catalina Pérez, fueron reprimidos y criminalizados por las autoridades con tal violencia que Amnistía Internacional debió arreglarles asilo en Europa, para preservarlos libres y con vida. Mientras Pérez estaba fuera, su región, Los Montes de María, fue casi “barrida” de campesinidades por la guerra de guerrillas y paramilitares. Hoy, este territorio es una de las que más cuenta con víctimas y reclamos por reparación.[7]
Unas tres décadas más tarde, las comunidades del proceso de la Alta Montaña de Los Montes de María reclamaron reparación como víctimas del conflicto. En 2013, organizaron una protesta pacífica llamada la “Marcha del aguacate,” diseñada para presionar al gobierno a resolver su situación.[8] Uno de los organizadores de la marcha, el líder afrocampesino Jorge Luis Montes, fue arrestado algunos meses después. Fue encarcelado y sentenciado a treinta y nueva años de prisión por el cargo de rebelión y complicidad con la guerrilla de las FARC. Tres años después, en 2016 cuando se alcanzó el acuerdo de paz y los exguerrilleros empezaron a declarar, todo fue aclarado. No había realmente pruebas de conexión alguna entre Montes y la guerrilla, así que su nombre quedó limpio.[9] Montes se encuentra vivo y libre, y sigue siendo un miembro activo y héroe de su comunidad.
Los líderes campesinos que hoy pasan su primera noche en la cárcel—Rober Daza, Teófilo Acuña y Adelso Gallo—son todos miembros de la Coordinadora Nacional Agraria (CNA) y la Cumbre Agraria. Daza es, además, parte del movimiento en defensa del agua del Comité de Integración del Macizo Colombiano y miembro del Congreso de los Pueblos. Acuña es parte de una delegación de interlocución con el gobierno, como vocero de las comunidades en Bolívar. Gallo es uno de los líderes de la Cooperativa Agrícola del Sarare en los Llanos orientales.
En contraste con sus predecesores, Daza, Acuña y Gallo, no son sólo cuidadores de sus cultivos y de la tierra, sino también del agua comunitaria. Ellos luchan por sus comunidades en tres diferentes cuencas hidrográficas: La del río Cauca, el Magdalena Medio y el Sarare. Su activismo es totalmente relacional a estos territorios, y por ende, también su “rebelión”, aunque esta difiere (hasta donde sabemos) de aquella definida por el Código Penal Colombiano. Muchos investigadores y defensores de Derechos Humanos han expresado su solidaridad con los tres líderes, y observan atentamente los acontecimientos con gran preocupación—considerando el record histórico de Colombia en materia de opresión anti-campesina y persecución.
Esperemos que—como Felicita, Catalina, y Jorge Luis—ellos puedan limpiar su nombre y retornar a sus territorios, comunidades y ríos y puedan vivir allí por muchos más años hasta que sean llamados a reunirse espiritualmente con sus ancestros bajo esa misma tierra que tanto han cuidado y amado.
Gracias a Natascha Otoya por su ayuda con la edición de esta pieza / Thank you to Natascha Otoya for her help with editing this piece.
[1] ‘”GRAIN Extends Its Solidarity Support to Farmers Protesting in Delhi, India,” GRAIN (diciembre 11, 2020).
[2] De la canción popular colombiana La Ruana de Luis Carlos González Mejía,
[3] Giuseppe Feola, Luis Alfonso Agudelo Vanegas, and Bernardita Paz Contesse Bamón, “Colombian Agriculture under Multiple Exposures: A Review and Research Agenda,” Climate and Development 7, no. 3 (2015), 278-292; “Denuncian captura de tres líderes agrarios en Nariño, Bolívar y Meta,” El Espectador (diciembre 16, 2020).
[4] Ver Artículo 467 en “Rebelion” del Código Penal.
[5] Sobre la masacre de las bananeras ver: Ángela Uribe Botero, “Historical Facts Could Resist to the Mendacity?: On the Killing of ‘Las Bananeras,’” Co-Herencia 7, no. 13 (2010): 43-67; William L. Partridge, “Banana County in the Wake of United Fruit: Social and Economic Linkages,” American Ethnologist 6, no. 3 (1979): 491-509; Mariana Palau, “The ‘False Positives’ Scandal That Felled Colombia’s Military Hero,” The Guardian (noviembre 19, 2020); y el audio de larga duración bajo el mismo título (diciembre 7, 2020).
[6] Ulianov Chalarka, Historia Gráfica de La Lucha Por La Tierra En La Costa Atlántica, ed. by Fundación Punta de Lanza, Bogotá and Fundación Oscar Arnulfo Romero, Montería (Montería, Cordoba, Colombia: Fundación del Sinú. Apartado Aereo 479. Monteria, 1985).
[7] Marcela Madrid V, “Feminismo campesino desde el Caribe: la historia de Catalina Pérez,” Semana Rural (November 7, 2018).
[8] De estas protestas resultaría el trabajo y libro “Un bosque de Memoria Viva,” un proyecto de investigación participativa adelantado por las mismas comunidades con apoyo del CNMH: Carmen Andrea Becerra Becerra et al., Un Bosque de Memoria Viva: Desde La Alta Montaña de El Carmen de Bolívar (Bogotá: Centro Nacional de Memoria Histórica, 2016).
[9] Carmen Andrea Becerra Becerra et al., Documento Metodológico Sobre La Formulación y El Desarrollo de Procesos de Memoria Locales Con Participación de La Comunidad: Aportes Desde La Experiencia de La Alta Montaña de El Carmen de Bolívar (Bogotá: Centro Nacional de Memoria Histórica, 2016).
*Imagen de portada: Logo empleado por la CNA. Frase “Ser Líder Social No es Delito.”
[Descripción de imagen de portada: dibujo de seis figuras humanas en círculo, en medio una frase que dice “Ser Líder Social No es Delito” y el nombre de la página web “www.serlidersocialnoesdelito.net”]